Muchos
años después del bombardeo de la sede de gobierno, se encontraron algunos
libros intactos y otros chamuscados. Un descubrimiento increíble, la biblioteca
del dictador, lo que le gustaba leer y releer, sin prisa, ya que aseveraba que
los buenos libros se leen lento, despacio, palabra por palabra, como se inició
con su ma, me, mí, mo, mu.
De
su puño y letra escribió la lista de sus obras preferidas que lo acompañaron en
sus años de desvelo, esperando la gran idea que nunca se le ocurrió. Su
preocupación fue la guerra económica que él mismo creó. Nada de lo que implementó
resultó útil, y eso que despidió a algunos de sus seguidores, extrañó a otros,
y hasta alguien se lanzó al vacío o por lo menos eso dice la versión oficial.
Fue
inaudito encontrar la Biblia en esa
lista, siendo la explicación de esa presencia que era un libro muy chistoso.
Los apóstoles tenían sobrenombres, a uno lo llamaban mellizo a otro el menor. El
cuento de Eutico que, mientras predicaba Pablo, se durmió, cayó de un tercer
piso y se murió; o el relato del calvo que ante la burla de unos muchachos los
maldijo y dos osos se los comieron. Es un libro muy entretenido, si se sabe
buscar.
La Ladrona de Libros,
de Markus Susak, sigue en la lista, hermosa historia, título que es sinónimo de
malas costumbres.
De
Francisco de Quevedo le gustaba recitar el Poema
al pedo; por razones de espacio no lo voy a transcribir. El bigotudo se
reía al declamar en voz alta.
De
Girolamo Cardano tenía un ejemplar de Opus
novum cunctis de sanitate tuenda, ac vita producenda studiosis apprime
necessarium: in quatuor libros digestum. Como no sabía latín no se lo leyó.
Aparece
una anotación al margen con el nombre de Celestina,
sin aclarecer si es la obra de Petrarca o la de Octave Mirbeau, se sospecha es
la de este último, por cuanto la primera es extensa y el señor impaciente.
Astrología para dummies,
de Rae Orion, las decisiones políticas se basaban en la posición Luna y Marte, no
importa que en 1543 se publicase el libro de Copérnico que desvirtuaba la seudo
ciencia.
Le
entretenía Diario de un niño tonto,
de Antonio de Lara, subrayado y comentado, se evidencia que le dedicó su tiempo.
La
mencionada lista fue afectada por el fuego. Algunos libros quedaron sin autor,
como fue la obra Estudio clásico de las
consecuencias no previstas, el cual le afligió hasta la tristeza en su
gobierno. Auge y progreso de la estupidez
(no confundir con Auge peligroso de la
estupidez humana, de Gustavo Flores Quelopana). Sistema heliocéntrico del cosmos; Sobre la naturaleza y la causa de las cosas, y el imponderable In summa Imperium gaffe; con lo que
demuestra su interés en variados temas que le auxiliaban en el gobierno.
Su
esposa, para su cumpleaños, le regaló un bello libro titulado Todos nos casamos con idiotas, de Elaine
W. Miller.
De
cabecera mantenía el libro Cómo
desaparecer por completo y no ser encontrado, de Sara Nickerson. Lo intentó
varias veces, pero no lo logró, y eso que el palacio era grande para jugar a
las escondidas.
Se
encontraron dos tomos empastados en rojo escarlata con letras amarillas, el Tomo
I titulado Sancionados por las medidas de
Barack Obama y el Tomo II Sancionados por las medidas de Donald Trump.
Él atesoraba estos libros para cuando vinieran tiempos difíciles. contenían la
relación de los favorecidos por el Socialismo del siglo XXI, los que se
llevaron cuantiosos recursos, los personajes que colaboran en los tiempos
duros, gracias a su anuencia pudieron robar.
A
su amigo González López le regaló varios volúmenes de Narraciones terroríficas (autores variados), y este se los devolvió
con una nota que decía: “gracias, no me hace falta, yo tengo más imaginación
que Sade y Poe”.
En
el medio de la lista se encontró Los tres
impostores, de Arthur Machen. Él se parecía a uno de los personajes, el
otro murió un día distinto a su fallecimiento, en otro lugar y de una
enfermedad que nunca se aclaró, el tercero o tercera todavía está huyendo.
Llama
la atención los libros ausentes en la lista, aquellos que todo venezolano,
colombiano o cubano aspirante a presidente de nuestro país debió leer, tales
como: La democracia en América, de
Alexis de Tocqueville. Del buen salvaje
al buen revolucionario, de Carlos Rangel. Cesarismo Democrático, de Laureano Vallenilla Lanz. El poema Vuelta a la patria, de José Antonio
Pérez Bonalde, y tantos otros.
Ésa
era la biblioteca del dictador, innecesaria en la época del ciberespacio, en la
que todo se consigue de manera digital. El gobernante tenía libros, ya que se
encargó de destruir la Cantv y el Internet en Venezuela.
Las
lecturas para gobernar con justicia son necesarias, aunque no indispensables, con
una sola frase es suficiente: no hagas daño a los demás y repara el daño que
hayas hecho.
@rangelrachadell