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24 julio 2018

El auditorio de la guerra

El gobierno habla de guerra con una ligereza que espanta. Un dirigente del PSUV asevera que el gobierno de Maduro tiene como defenderse de una agresión de Colombia o de Estados Unidos. Jorge Arreaza, ministro de Relaciones Exteriores, ofrece enviar a venezolanos a defender la soberanía e independencia de Nicaragua. Para remate, el embajador de Suráfrica en Venezuela, Joseph Nkosi, manifestó su apoyo a Maduro en contra de una posible invasión y dice que su gobierno facilitará soldados para luchar contra los norteamericanos. La guerra se disfruta desde la butaca que le corresponda.

Pedro Carreño tiene la fantasía de que la fuerza armada, con su débil apresto de fuego, puede evitar que un extranjero profane el sagrado suelo de la patria. Sueña que, con los dos únicos aviones Sukhoi operativos, sin artillar –por el criterio de que las armas y las municiones deben estar separadas–, van a afrontar una agresión a nuestras fronteras. O que podrán repeler al imperio con la artillería bélica ofrecida por el país surafricano. No es de extrañar tantas sandeces de quien colocaron para hablar sobre la defensa del país. Estamos a salvo.

Otra cosa es enviar a venezolanos a luchar para apuntalar la dictadura de Nicaragua. Es fácil enfrentarse a muchachos desarmados, o a lo sumo provistos con piedras y escudos de cartón piedra, al igual que lo hicieron aquí en Venezuela. Asesinaron a ciento y tantos jóvenes venezolanos y acallaron las protestas. La receta está probada.

El gobierno se imagina que, ante un ataque despiadado de aquellos que desean dar un golpe de Estado, el pueblo armado por ellos, los milicianos, los soldados, los tenientes, capitanes, coroneles y generales, serán los primeros que defenderán el socialismo del siglo XXI. Que miles de ciudadanos se atravesarán ante los invasores, su carne detendrá cañones y balas, y se inmolarán por el buen gobierno que hace Maduro en favor de todos los venezolanos, sin excepción.

Alucinan los rojitos que la lucha será casa por casa, cada calle una barricada. Los francotiradores dispondrán de miles de atacantes. Aviones de guerra despegarán de los aeropuertos militares y civiles, esos mismos en los que no pueden aterrizar los aviones comerciales por falta de luz. Los soldados al servicio del gobierno contarán con varias cacerinas con suficientes proyectiles para su fusil Kalashnikov. Cada soldado tendrá su respectiva ración de comida con su menaje, y su dosis de antibióticos, para el caso de que se infecte por cualquier causa, al igual que tuvieron todos los soldados en la invasión de Normandía el famoso día “D”. Con esos pertrechos la defensa es un paseo, siempre y cuando sea verdad.

Al igual que en Bahía de Cochinos, los atacantes morderán el polvo; y lo que no pueda defenderse deberá ser quemado. La táctica será la de tierra arrasada, al igual que hicieron los rusos con Napoleón y con Hitler, para que el enemigo no pueda aprovecharse de los campos sembrados, matar el ganado bovino y demás animales bien alimentados, destruir la producción nacional de bienes y servicios; y reducir los miles de litros de gasolina que surten a las bombas del Zulia y de Táchira. Sospecho que ya iniciaron esa estrategia.

Los que desean un cambio de la situación económica y de libertades políticas se imaginan otro escenario. Por ejemplo, el del regreso de Napoleón en el llamado período de los Cien Días. María Corina se abrirá el pecho y le dirá a los soldados y a la milicia: ¡Si alguno de ustedes es capaz de dispararle a su dirigente, háganlo ahora! Y, a consecuencia de esas palabras, los soldados chavistas se pasarán de bando por la libertad de la patria, llegando a Caracas en una semana, luego de que caseríos y pueblos se sumen a la caravana de la democracia.

No sé si los soldados llegarán a desertar; pero no me sorprendería que la gente, al ver que se acercan los extranjeros y venezolanos golpistas, piensen que se acabará el racionamiento de electricidad, en las carreteras no habrá tanto cobro de peaje verde oliva, los alimentos los tendremos a disposición; y, en general, no tendremos más colas para adquirir lo esencial, incluido el dinero; dólares por delante.

Lo que puede pasar es que en las zonas especiales en las que están suspendidas las garantías, con sus militares jefes únicos de áreas, los heridos de San Antonio del Táchira, Ureña y Rubio sean llevados a los hospitales de San Cristóbal; y los que se generen en las luchas de Paraguachón, Machiques y la Goajira los acerquen a los hospitales de Maracaibo; donde no encontraran médicos y enfermeras bien pagadas y con experiencia, medicinas, antibióticos, rayos X y otros aparatos que necesitan de energía eléctrica para funcionar; gasas, inyectadoras, sueros y un largo etcétera. Los milicianos serán atendidos por médicos integrales comunitarios, quienes aprendieron su oficio en las universidades bolivarianas, y aplicarán los conocimientos adquiridos en sus clases de Marx y ecosocialismo, para la atención de las patologías propias de la guerra; sin estetoscopios ni batas. El triunfo está garantizado.

La debilidad del Estado venezolano es de tal entidad, que cuidado y no perdemos territorio si nuestros vecinos identifican el grado de postración en el que se encuentra el ejército, la población y la producción nacional.

@rangelrachadell

10 julio 2018

Todo puede cambiar


Algunas sociedades cambian lentamente, avanzan o se desmoronan, otras lo hacen muy rápido y pueden pasar por transformaciones impensables para los ciudadanos que las viven, estas últimas suelen ser catastróficas.

El escritor Stefan Zweig escribió la obra El mundo de ayer, en la que explicaba cómo era la vida en Austria y la cultura que desapareció como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Stefan Zweig se suicidó el 22 de febrero de 1942, luego de que Hitler invadiera la Unión Soviética, los alemanes tomaran Kiev, los japoneses destruyeran la flota norteamericana en Pearl Harbor y Singapur pasara a dominio japonés. El escritor no tuvo la paciencia ni la esperanza de un cambio, aunque Estados Unidos había entrado en la guerra tres meses antes. En aquel tiempo, Hitler parecía imparable, como opinan algunos del socialismo del siglo XXI, que su dominación durará mil años, que el Tercer Reich y la quinta república son la misma cosa. Todo porque la mejor democracia de América Latina cayó en manos de un embaucador llamado Hugo Chávez, que trajo hambre y miseria a nuestro pueblo.

Este gobierno está dispuesto a hacer cualquier cosa por mantenerse en el poder, desde encarcelar a inocentes hasta prestar los mínimos servicios públicos, con tal de poder robarse los pocos recursos públicos que ingresan por el petróleo. El servicio público de salud y el crecimiento de la mortalidad infantil demuestran el empeño del socialismo en destruir lo que logró la democracia. La política económica y social del chavismo es, como dijo Winston Churchill de Rusia, un acertijo envuelto en un misterio en el interior de un enigma.


Tanta locura de la autoridad no se comprende, por muy ricos que puedan llegar a ser no tienen nada garantizado. Antes se decía que los militares tenían madres e hijos que vivían la misma penuria que el resto del pueblo, ahora podemos decir que los hijos y madres de los militares tienen un familiar, un amigo, una vecina que ha abandonado el país para que los gobernantes se queden aislados con su desastre; hasta que sus propios hijos les digan que se tienen que ir por cuanto en nuestro país no hay oportunidades para ellos por más dólares que puedan tener sus padres. Con tanto dinero que tienen los chavistas lo único que pueden comprar es ser los últimos en morir en manos de la delincuencia que ellos no combaten o ser los únicos que huyan cuando la orden sea asfixiar la economía de todos.

El daño que están provocando lo vivimos tanto los del gobierno como los del pueblo: familias separadas, padres sin hijos y nietos, el abandono de las viviendas que adquirieron con mucho esfuerzo, el no poder lograr una educación de calidad por la migración de los mejores profesores; todos con la amargura del país que perdimos en manos de los seguidores de los cubanos.

Pero no hay que ser adivino; una población mal alimentada o con hambre que le presiona por obtener soluciones, sin trabajo y salario que le cubra sus necesidades, buscará emigrar, se matará entre sí, se enfrentará por los pocos recursos disponibles, se armará hasta el punto de generar una guerra civil o apoyará el terrorismo contra el Estado o los jóvenes desempleados y sin futuro serán reclutados por milicias que los harán soñar con el cambio tantas veces esperado. Si no hay nada que perder, cualquier cosa que se haga es ganancia.

Es cuestión de tiempo que, al igual que el gobierno del teniente general Jorge Rafael Videla en Argentina le declaró la guerra al Reino Unido de Gran Bretaña por las Islas Malvinas, le declaren la guerra a alguno de nuestros vecinos. Es necesario el enemigo externo para unir a la nación alrededor de su presidente, el mismo que no ha podido con la consigna de la guerra económica para justificar sus medidas económicas.

Con casi 20% de la población emigrando o haciendo los trámites para irse, perdemos el recurso humano y económico con el que se construye un país, sin saber si los que quedamos podamos reconstruir la patria saqueada por los rojos rojitos.

Yo no quiero responsabilizar al presidente Maduro por el desastre que estamos sufriendo; no quiero pensar que sea incapaz de resolver los problemas acuciantes que nos tienen perturbados; que sus políticas estén dirigidas a un genocidio; o sospechar que sus asesores se estén mirando el ombligo mientras se le ocurre algo, solo que el tiempo pasa y no hacen nada. Tampoco deseo la invasión de tropas de nuestros vecinos o de países del primer mundo, ni que suceda un cambio violento del régimen sin elecciones limpias o la persecución de los funcionarios que han colaborado con el actual estado de postración del país.

La inestabilidad política es contagiosa, si el ejemplo de Maduro se mantiene en el tiempo, al igual que sucedió con Fidel Castro, será el modelo para los aspirantes a dictador y eso lo sabe toda América.

Hay mucho por resolver, la cuestión no es por dónde empezamos sino cuándo se inicia la transformación del modelo político. Todo puede cambiar de un momento a otro, están dadas las condiciones, con o sin unidad de los partidos políticos, hace falta voluntad política para implantar las soluciones que ya existen; cuidando las malas decisiones de corto plazo. Por lo pronto, hay que salir a protestar.

@rangelrachadell