En
su libro Poder y Prosperidad, Mancur Olson (1932-1998), propone una teoría que
explica que una dictadura estable es peor para el crecimiento económico que una
democracia, aunque mejor que una anarquía.
Este
autor razona que la forma de gobierno influye sobre el desarrollo económico de
los pueblos, y que un dictador egoísta (vale lo mismo decir un presidente
egoísta) se dará cuenta que no puede destruir la economía de ese lugar ni matar
de hambre a su gente si planea quedarse algún tiempo, pues de esa forma
agotaría todos los recursos disponibles y al año siguiente no tendría nada para
robar (hay un excelente resumen de esta tesis en el libro El Economista Camuflado
de Tim Harford).
Expresamente
dice: Si el líder de una banda ocasional
que sólo obtiene pobres botines tiene la fuerza suficiente como para apoderarse
de un territorio dado y mantener alejados de él a otros bandidos, podrá
monopolizar el crimen en ese territorio; se convertirá en un bandido estacionario.
Al
gobierno de los ladrones se le llama cleptocracia, en este no existen frenos y
contrapesos, no se produce un equilibrio en la sociedad, y se considera que
todos los sectores del poder están corruptos, desde la justicia, funcionarios
de la ley y todo el sistema político y económico.

Cuando
ocurren hechos de violencia, llámense saqueos o revueltas, lo que demuestran es
que la banda que detenta el poder está perdiendo el control, ya que un líder
inteligente jamás impondrá unas cargas tales que la familia que detenta el
poder tenga que pagar parte de esos gastos o ponerla en riesgo.
El
autócrata puede llevar a satisfacer su ego, y cuenta Olson que por la mente de
Fidel Castro cruzaba como un relámpago nuevas ideas, y ordenaba que se
ejecutaran. Si se encontraba con un puente maltrecho mandaba que lo arreglaran,
si su Jeep se atascaba imponía la pavimentación de la carretera. Ante la sequía
mandaba a construir un nuevo pantano. Todo esto me recuerda a ese personaje que
caminaba por el centro de la ciudad y ordenaba “exprópiese” como si su voluntad
fuera única. Al igual que con Fidel, satisfacer los gustos de Hitler, Stalin (y
Chávez) consumió una parte gigantesca de la renta nacional de estos países.
Harford
considera que el modelo de Mancur Olson subestima el daño que los malos
gobiernos pueden causarle a la sociedad. En su libro El Economista Camuflado cuenta
el caso de un presidente africano, y expresa que este “tiene que mantener
felices a cientos de miles de policías armados y de oficiales del ejército, así
como también a muchos funcionarios y demás seguidores”. Considera que a falta
de controles: La forma sucedánea (de control) es una corrupción a gran escala y
tolerada por el Gobierno.
Analiza
que la corrupción es tremendamente derrochadora, y comenta que los policías,
funcionarios o militares, dedican su tiempo a hostigar a cambio de pequeñas
ganancias. Dice que la fuerza policial entera está demasiado ocupada con el
cobro de sobornos como para atrapar a los delincuentes.
Como
respuesta, la sociedad genera mecanismos defensa, viajan menos o a las horas
más concurridas, llevan consigo menos dinero, tienen al día muchos documentos,
sean necesarios o no, todo con el fin de defenderse de los intentos de soborno.
Los
gastos aumentan por los costos ocultos para resolver un trámite, o el tiempo de
respuesta de los tribunales como parte del sesgo de la corrupción. Cada retraso
es una oportunidad para obtener un soborno, cuanto más lento sea el proceso
ordinario, mayor es la tentación de pagar una suma de dinero para acelerarlo. Todo
este sistema depredador genera un amplio apoyo del funcionariado para
mantenerse en el poder.
Si
a esta teoría le agregan la decisión del gobierno de trabajar solo dos días a
la semana, tendremos la cleptocracia perfecta.
Nuestro
problema es que la realidad se parece mucho a la teoría o que a alguien se le
ocurrió imponer esta teoría a Venezuela.
@rangelrachadell