Un país es una sociedad organizada que
tiene sus propias reglas y es capaz de defender su territorio, esto es lo que
configura un Estado moderno. Entre esas reglas que se imponen está el permitir
o no el acceso a un determinado grupo de personas, es decir, discriminar a
quien o a quienes desean que ingresen a su país.
Este
derecho a la discriminación a la entrada de los nacionales de otros países es
pacífico, es aceptado por los demás Estados. Es más sencillo impedir el ingreso
de un extranjero indeseable que tener que compartir el sistema de seguridad
social, el empleo, la vivienda o la fuerza policial. En definitiva, tener que
integrarlos a sus sociedades.
La
excusa para limitar el ingreso de extranjeros puede ser ordenar la casa,
sentido común, la preferencia de los nacionales en los puestos de trabajo, y un
largo etcétera. En todo caso, quieren a los mejores, a los que tienen recursos
económicos, a los intelectuales, a los artistas y a todo aquel que se destaque,
no importa que lo pongan a trabajar en negro o en empleos muy por debajo de sus
capacidades. Si usted es pobre y sin estudios tiene la partida perdida antes de
empezar.

Emigrar
no es para limpios o insolventes. Los costos de la visa dependen del tipo que
se solicita, para Estados Unidos empieza con 160 dólares, no rembolsables, 30
dólares Argentina y Perú, 72 dólares Uruguay para la visa de residente
temporal, 50 dólares la solicitud y dependiendo de la visa puede llegar a 400
dólares si es otorgada por Ecuador. Hay otros requisitos, como la prueba
suficiente de medios económicos a fin de demostrar capacidad económica para
mantenerse en el país, o la apostilla de documentos.
Lo
malo no es que los países aumenten las exigencias a los venezolanos para
permitirles el ingreso, sino que se vayan los mejores recursos humanos por
culpa de la dictadura que se roba los recursos, persigue a la juventud y la
deja sin futuro.
Emigrar
es una forma de adaptarse a la crisis venezolana, si la cosa va mal me voy,
pero no resuelve el problema de fondo, que es la mala dirección del gobierno,
que en vez de satisfacer el bien común se dedica a expoliar a los venezolanos,
a quitarles la comida. Es como hacer arepas con yuca, que no son arepas son
otra cosa, o cáscara de plátano como carne mechada, que no es carne.
Tengo
esperanzas en el Congreso para la transición en Venezuela “Ideas para
Venezuela”, que desde el lunes 24 de junio hasta el miércoles 26 de junio se
celebra en Santiago de Chile, organizado por el gobierno de Sebastián Piñera.
Allá se están reuniendo los dirigentes expulsados, los perseguidos, los que
tuvieron que escapar antes de que le hicieran daño en las mazmorras de los presos
políticos. Chile, por una parte, limita el ingreso de los venezolanos y, por la
otra, los insta a ponerse de acuerdo en la manera de salir del gobierno
usurpador. La única manera de resolver la emigración de venezolanos es atacando
la causa de su salida.
Para
colmo, si los venezolanos logran legalizar su estadía en otro país y hasta
obtienen la nacionalidad se enfrentarán con otro problema, el artículo 7 de la
Ley de Nacionalidad y Ciudadanía del primero de julio de 2004, establece que
“los venezolanos y venezolanas que posean otra nacionalidad deberán hacer uso
de la nacionalidad venezolana para su ingreso, permanencia y salida del
territorio de la República (…)”. Sin pasaportes, sin oficinas consulares, con
unos trámites lentísimos en el Saime, o el secular matraqueo bolivariano. Casi
que es una invitación a no regresar hasta que caiga esta gente.
Salir
del país puede ser una solución, aunque la solución es salir del gobierno. Así
que no hay salida fácil.
@rangelrachadell